La alegría de los cuerpos
El "Saltimbanco" del Cirque du Soleil fue, como se esperaba, un espectáculo de muy alto impacto.
Bienvenido el Cirque du Soleil a nuestra ciudad de Buenos Aires", dice Adriana Pegueroles, la chica de Santos Lugares, presentadora de Saltimbanco en su gira latinoamericana. A ella le toca decir lo obvio y lo riesgoso: apagar celulares, nombrar las puertas de emergencia. Y aún así su presencia es convocante: el primer indicio —más allá del clima de algarabía en Costanera Sur— de que se está ante un espectáculo de fuste.
Varios integrantes del elenco, antes, habían descontraído aún la noche interactuando con un público jubiloso: en un momento, Graciela Alfano, en una ¿casualidad? bien aceitada, había sido alzada en manos de un forzudo que la llevo a alta velocidad por un pasillo. Había que verla sin perder sonrisa ni compostura girando por el aire.
En el primer acto, en el Adagio, había aparecido en un pasaje de ensueño, Maxim, el niño ruso sobre el que se estructura el espectáculo. En una escultura móvil de tres cuerpos entrelazados, el chico, el payaso en miniatura de Saltimbanco, exhibe su deseo de pertenecer al circo. La gente entiende de inmediato, desde el inicio, el idioma Saltimbanco, un lenguaje propio, un conjunto de fonemas extraños que terminan siendo claros a la hora de convocar la alegría.
En los Mástiles Chinos, de inmediato, se sacude la carpa. Un elenco compacto de 16 integrantes, con un vestuario rojo como llamas encendidas, dibujan lo que se les antoja sobre esas cuatro estacas en el vacío. Van contra las más elementales reglas de la ley de la gravedad y juegan justo en el límite del error. Sus cuerpos hacen cosas insolentes y audaces en el aire, pero —es notable— como si se tratara de sucesos sin relevancia.
Después, arriba por primera vez, el payaso y mimo Amo Gulinelli, un neoyorquino que resultará uno de los atractivos más altos de la propuesta. El fatigado recurso del oficio del mimo se reivindica con Amo: su encierro en el baño, mientras el agua sube, envuelve a la platea toda en un momento poético, gracioso y dramático. Un lujo su percepción filosa para elegir cómplices en el público a la hora de trabajar.
Se ve venir un instante de la tensión del circo cuando surgen los 16 años de la china Ren Jun. Ella se mueve, en el doble alambre, con la naturalidad y desapego que debe haber caminado en las calles de Pekín. Las cuerdas flojas en la altura, a un metro veinte de distancia y en un desnivel de un metro y medio entre una y otra, parecen ir en busca de ella. Como si la aguardaran después de cada salto. Un clásico número de circo, por otra parte, donde comienza a hacerse evidente el soporte —la música en vivo, las luces, el sonido, los sucesos mínimos que rodean el número principal, los varios campos visuales en juego— que hicieron del Circo du Soleil una marca en el orillo.
La rusa María Markova genera encantamiento hasta cuando se deslizó en un error: ella baila tap, sonríe y guiña el ojo, con seis o siete bolas en el aire. En su cuadro se hace evidente —un payaso padece su desamor— cómo adosarle gracia a un ejercicio de malabares. El sutil cuadro de las boleadoras —un extraño paréntesis nacional en el show— de Adriana Pegueroles y la italiana Elisabetta La Commare, cierra la primera parte del espectáculo.
El descanso se abre como un recreo en colegio. Buena parte del elenco convierte, a través del columpio ruso, el escenario "en un patio de juegos". Aquí, los la coreografía y algunos momentos musicales comienzan a delatar aspectos de un show que ya ha sido visto por más de nueve millones de personas.
Otra vez Amo que inventa fantasías y vuelve con su ojo clínico para elegir un segundo de la platea que le sigue los pasos y, después, los gemelos. Por un lado, las trapecistas ucranianas Rusiana y Taisiya Bazaliy, y los muy bizarros forzudos, los polacos Daniel y Jacek Gutszmit. Ellos resultaron —a la hora del balance— los números de menos impacto. Pero el cierre es muy bello con el cuadro del bungee: trapecios y bandas elásticas, con fondo de opera, bellas ánimas o pájaros perdidos reencontrándose en el vacío de la noche.
La fiesta de la madrugada
La consigna era sencilla: encontrar un espacio y allí montar la fiesta que el Cirque du Soleil le brinda a los 150 integrantes de la compañía. Esto sucede, tradicionalmente, en todas las ciudades luego de cada estreno. En la noche del viernes, Julio Bocca, Maximiliano Guerra, Marcela Kloosterboer, Mariano Martínez y Luisana Lopilato, entre otras figuras, participaron de esta forma de auto homenaje. Jorge Telerman, el Jefe de Gobierno porteño, le entregó la distinción de Visitante Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires a toda la compañía.
"La tradición de realizar estas fiestas —aclara Rob McKenzie, uno de los fundadores de la compañia— es una forma de saludar, en este caso, a Buenos Aires". Luego, lleva a su mujer porque acaba de comenzar un show de milonga. "Esta es la diferencia —aclara— con las ciudades por las que pasamos: el tango".
En el Centro Municipal de Exposiciones, la ambientación recorría la estética del Cirque du Soleil: colores pasteles, velas, sillones rojos, pequeñas mesas, faroles orientales. Una iluminación tenue, sumamente cuidada en su intensidad, reposaba sobre cada rincón del lugar. Los mozos circulaban con rostros pintados y máscaras y entre la gente se mezclaban integrantes de escuelas de circo que interpretaban números de acrobacia y magia. Para indicar el lugar de los baños, tres chicas hacían malabares con rollos de papel higiénico, celestes y rosas.
Juan José Santillán
Ficha SaltimbancoI
NTERPRETES ELENCO DEL CIRQUE DU SOLEIL DIRECTOR ARTISTICO SERGE ROY DISEÑADOR DE MASCARAS ANDRE HENAULT LUGAR ESPAÑA 2230, COSTANERA SUR EXCELENTE
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